XAVIER ABALLÍ
Las palabras se gastan
Xavier Aballí incorporó, en el último tramo de su actividad docente, un ritual aparentemente sencillo: en las clases de dibujo, tras los saludos preliminares, los bachilleres no trazaban una línea sobre el papel sin que antes tuviera lugar una conversación. El detonante: dos recortes de prensa, uno con una fotografía, el otro con un breve texto.
Todos podían ver cómo esos recortes se acumulaban sobre la mesa del profesor, en dos montones separados que jamás darían pie a una secuencia programada. En cada sesión se tomaban una imagen y un texto cualesquiera, de modo que entre ellos tan solo mediara el azar. Ese vínculo arbitrario era suficiente para dar paso al intercambio de ideas.
En ocasiones, la conversación duraba toda la clase, y es hermoso considerar que tales especulaciones tuvieran lugar durante las horas destinadas a dibujar.
Siguiendo las mismas premisas, y como si de un manuscrito iluminado se tratara, Las palabras se gastan llega a nuestras manos con un propósito similar al de los libros de horas medievales: procurar que el pensamiento se eleve, aunque tal vez no acertemos a ver hacia dónde.